miércoles, 21 de marzo de 2012

El raro talento de mirar lo esencial

     Lo esencial es invisible a los ojos

                                             A. de Saint-Exupery. El Principito.

     Dios no se fija en las cualidades que la gente ve. La gente sólo presta atención al aspecto de las personas, pero el Señor ve su corazón...

                    1 Samuel 16:7 (PDT)

Saludos. Hoy quiero llamar la atención sobre esa costumbre humana tan prevalente hoy de ser superficiales. Y por contraste, del precioso y casi perdido arte de mirar lo esencial. Voy a poner algunos ejemplos de nuestra rampante superficialidad:

- Cuando nos encontramos con algún amigo, luego del acostumbrado saludo y de preguntar como está la familia, por lo general (si es que nos alcanza el tiempo) conversamos del clima, del costo de la vida o del acontecer político. O de algún pasatiempo. Y más nada.

- Como tenemos la compulsión a resolver rápido las cosas, por lo general atacamos los síntomas de las situaciones y no sus raíces.

- Si alguien está triste, generalmente queremos que "se ponga bien" rápido. Somos alérgicos a la tristeza.

- Hacemos nuestra valoración de los demás por su aspecto físico o condición externa. Por su carisma y no por sus ideas.

Estos y muchos otros ejemplos hablan de nuestra falta de profundidad, de verdadero carácter, de madurez. Nos dejamos engañar con facilidad por el aspecto externo de las cosas y de las personas.

Necesitamos recalibrar nuestro sentido de valor. Comprometernos con lo que es verdadero y valioso en nosotros y en los demás. Yo estoy convencido de que esta vida es un entrenamiento para la eternidad. Pero pocos son los que se toman nuestra breve existencia lo suficientemente en serio como para llegar  al punto de menospreciar lo superficial para adentrarse en lo que vale la pena en la vida: las buenas conversaciones, la amistad verdadera, la solidaridad, la amabilidad y el respeto incondicionales, el cariño, la oración profunda, el amor sin condiciones ni egoísmo, el compartir nuestras penas, nuestro dinero, nuestro tiempo, nuestra experiencia. Para enriquecer a otros. La práctica del agradecimiento, del reconocimiento del valor del otro y de su esfuerzo. Poner nuestra atención en la intención del corazón y no tanto en los resultados. Aprender a perdonar. A disfrutar del silencio. Y de la existencia de los que piensan distinto de mí.

Estas y muchas otras prácticas son imposibles de desarrollar de verdad a menos que se alcance un entendimiento más profundo de lo que es el ser humano y de su propósito en la vida. Si nuestra guía para vivir es la opinión de los demás, permaneceremos atrapados por un círculo sin fin en el cual valoraremos nuestra vida y lo que hacemos en función de nuestras siempre injustas comparaciones con los demás. Si sólo nos guiamos por nuestro propio sentido de lo que está bien o mal (nuestra consciencia) sin mirar hacia afuera, nos convertimos en ermitaños y en críticos inmisericordes de todo el que no sea como nosotros.

Esta es una de las razones por las que necesitamos a Dios como juez. Es Él quien tiene un sentido correcto y equilibrado de lo que es vivir. De nuestro valor y significado. De nuestro propósito. Sin Él seguimos siendo esclavos de nuestra superficialidad, sin importar cuanto aparentemos haber logrado o haber crecido en la vida.

Bendiciones.


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