viernes, 31 de agosto de 2012

Seguir los buenos ejemplos

Regresando luego de unas breves vacaciones (para mí siempre son breves), les comparto una reflexión sobre la envidia y los buenos ejemplos.

A primera vista podría parecer que no tienen nada que ver una cosa con la otra, pero resulta que yo tengo un dicho que dice: no envidies, imita. Porque lo que ocurre es que la envidia nos acompaña siempre, aunque no querramos admitirlo. Se aparece en medio nuestro, en cualquier situación en la que alguien tiene algo mejor que lo que nosotros tenemos, o ha logrado un mejor desempeño que el nuestro, o parece ser más pleno que nosotros. Es inevitable sentir envidia, pues tenemos una particular tendencia a compararnos y a competir. Eso nos hace sentir falsamente mejores que los demás.

Se necesita de auténtica madurez para dejar atrás estas costumbres. Se necesita conocer el lugar que tenemos en este mundo, entender nuestro valor como individuos para comenzar a superar esta tendencia tan común. Pero mientras vamos alcanzando ese tipo de entendimiento, al menos podemos comenzar a reconocer que sentimos molestia, rabia, enojo cuando alguien más logra algo que nosotros no hemos podido conseguir. Admitirlo ya es una primera etapa.

Luego, si se trata de logros dignos, lo siguiente es apropiarnos de la humildad suficiente como para avanzar e investigar las maneras en que otros han logrado lo que nosotros también anhelamos. Como dije antes, en vez de envidiar, mejor es imitar.

En el proceso, puede que ocurra que la meta se convierta en un espejismo y que descubramos nuestro propio sueño al darnos cuenta de quienes somos realmente. Entonces es cuando dejamos de imitar y comenzamos realmente a ser.

Busquemos siempre lo más alto. Llegar al fin de nosotros mismos para alcanzar el lugar donde está el Creador. Bendiciones.

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sábado, 11 de agosto de 2012

¿Y dónde estaba Dios cuando...?

Saludos. Estoy tomándome unos días de descanso pero no me olvido de escribir. A pesar de las dificultades tecnológicas les escribo sobre un tema que me vino a propósito de una pregunta de un ser querido. Conversábamos acerca de Dios y salió la pregunta que titula este artículo.
Muchísimas veces nos hacemos esa pregunta cuando nos sobrevienen desgracias. ¿Dónde estaba Dios cuando me pasó tal cosa? ¿Por qué Dios no hizo nada en tal o cual circunstancia?  En las preguntas pareciera estar implícita la duda sobre la existencia de Dios o sobre la bondad del mismo. ¿Cómo un Dios supuestamente bueno permite tanta maldad?  Son preguntas absolutamente válidas para las cuales no siempre tenemos las respuestas. Yo quisiera compartirles algunas que he podido conseguir de primera mano.
Una de las cosas más extraordinarias que he aprendido es que Dios ha estado presente en medio de cada situación dolorosa o agradable de mi vida. Y no como un expectador pasivo, sino como un verdadero compañero de sufrimiento. Es más, sino fuera por Su intervención, las diferentes situaciones desagradables por las que he tenido que pasar hubieran sido imposibles de soportar. Y aún me falta mucho por aprender en cuanto a compartir mis dificultades con Él.
Quizás me preguntarás cómo sé que esto es así. No se trata de un "acto de fé ciega". Es una certeza que he aprendido a tener a partir de la experiencia. Después de muchos eventos he comprobado que pudo haber sido mucho peor lo que he vivido. Sólo por contarles un ejemplo, hace 3 años sufrí un accidente de tránsito horroroso. Pero la increíble intervención de ciertas personas evitó que yo muriera o sufriera más pérdidas de las que tuve. Sé que tú también puedes contar alguna historia similar. La verdad es que estamos siendo constantemente protegidos a pesar de nuestra insensatez e imprudencia y en general de nuestra maldad. Aunque lamentablemente parece que nos empeñamos constantemente en ir más allá del cuidado de Dios.
Reflexionemos.

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jueves, 2 de agosto de 2012

IGUALDAD DE GÉNERO

Saludos. Para escribir sobre un tema tan escabroso, me parece importante realizar acotaciones fundamentales.

Estoy conciente de las diferencias entre nosotros los hombres y las mujeres. Realmente somos distintos en muchos aspectos. Nuestros cuerpos son similares en esencia, pero también se diferencian bastante en cuanto a ciertas formas y funciones importantes. También desde el punto de vista mental funcionamos distinto. Hoy en día se sabe que nuestros cerebros tienen formas similares. Sin embargo, nuestra manera de pensar, de sentir y de actuar viene marcada por muchos factores (hormonales, culturales, familiares).

Creo que hoy en día es casi tonto pensar de otra manera que no sea que los hombres y las mujeres tenemos una condición de iguales aunque distintos. Lamentablemente en la mayoría de nuestras culturas a nivel mundial esto no es una realidad práctica. La mujer sufre de una condición de "segundona" con respecto al hombre. A pesar de que tenemos varias décadas impulsando la igualdad de los géneros, existen poderosos factores de diversa índole que dificultan mucho alcanzar esta realidad.

En nuestro contexto latinoamericano, la prevalencia de una cultura matriarcal y machista hace que la experiencia de formar una familia tenga muchas desventajas desde el inicio de una relación formal entre un hombre y una mujer. Tenemos conceptos muy arraigados y casi imposibles de mover acerca de cuáles son las funciones de un hombre y de una mujer. No tengo la necesidad de ahondar en la descripción: el hombre fundamentalmente se concibe como el proveedor y la mujer como la persona que atiende las labores del hogar y la crianza de los hijos.

Sin embargo, como desde el punto de vista laboral hay avances importantes en la distribución de los puestos de trabajo entre los géneros, se crea entonces la necesidad para muchas familas de replantearse ese asunto de los roles dentro de la familia. Ahora como la mujer también trabaja en la calle se necesita distribuir de manera distinta las tareas en el hogar. Yo lo llamo "reasignación de roles" o de funciones. Pero no es nada sencillo porque implica cambiar la manera en que pensamos acerca de la familia, así como una actitud de respeto hacia todos los roles y de defensa hacia el modelo que decidamos tener.

Actualmente me encuentro con situaciones de parejas que quieren casarse pero tienen la condición de que el hombre no tiene trabajo y la mujer sí. Incluso la mujer está dispuesta a asumir la función de proveedora del hogar, pero el hombre lucha porque piensa que tiene el deber de asumir esa función, y entonces no existe acuerdo y, como decimos por acá "se nos tranca el serrucho". En otras ocasiones, uno de los dos está asumiendo un rol para el que no está muy bien capacitado, y eventualmente se expone a agotarse. En todos estos casos, las relaciones en la familia entran en tensión, lo cual puede abonar el terreno para una eventual ruptura.

Necesitamos conocernos en lo íntimo. Necesitamos romper con esquemas tradicionales si no funcionan o si "enferman" nuestras relaciones familiares. Si se da el caso de que uno de los dos en la pareja tiene la capacidad de ganarse el dinero mejor que el otro, esa persona debería asumir esa función primordialmente, y contar con el apoyo del otro miembro de la pareja encargándose del área del hogar. En el caso de que ambos tengan que asumir la manutención de la familia, entonces debería llegarse a los acuerdos que fueran necesarios para tener un balance sano en cuanto a las responsabilidades dentro del hogar. Si uno de los dos percibe más dinero que el otro, debe asumir los gastos en proporción similar a sus ingresos. La crianza de los hijos debe ser compartida SIEMPRE, aún en los casos en que la relación llegase a su fin.

Quizás todas estas cosas parecieran obvias, pero la triste realidad es que no funcionamos de esa manera. Lo común es el abuso en las relaciones de pareja. Permítanme decir que el trabajo en la casa es con frecuencia mucho más pesado que el que se realiza en la calle (con la posible excepción de los obreros, caleteros y en general quienes manipulan cargas). El cansancio no puede ser una excusa para ser descuidados e indiferentes frente a nuestros seres queridos. Si hemos decidido formar una familia, debería disminuir significativamente eso del "tiempo para mí" y aumentar en proporción el tiempo juntos.

No debemos dejar sin conversar estas cosas dentro de la pareja. La igualdad es una verdad que tenemos que hacer realidad. Si queremos construir un mundo distinto y mejor necesitamos enseñar esto en todo lugar. Yo estoy convencido de que Dios nos hizo con los mismos derechos. Si bien podemos asumir distintas funciones en diferentes situaciones, nada ni nadie nos da el derecho de abusar en nuestras relaciones.

Pero por otra parte, necesitamos asumir la responsabilidad de nuestras decisiones, y saber que si vamos a romper con tradiciones, se nos vendrá encima todo el peso de la crítica. Sin embargo, las decisiones que se toman en el contexto de un conocimiento profundo de nosotros mismos y de la persona que tenemos en frente, y que se sostienen por un respeto real por el otro y por su rol, resisten cualquier prueba. Cualquier prueba.

Estos son tiempos muy distintos. Tiempos de desafío. La pregunta es si vamos a asumir esos retos o a seguir haciendo las cosas de la misma manera a pesar de no tener resultados positivos.

Como siempre, quedo atento a sus comentarios. Bendiciones.