jueves, 12 de julio de 2012

¡PALABRA!

En mi hogar de origen mis hermanos y yo teníamos un dicho que no tenía "derecho a pataleo". Es decir, podíamos querer jugarnos una broma entre nosotros, pero cuando se invocaba ese dicho, había que decir la verdad sobre el asunto en cuestión. Ese dicho era "PALABRA DE HOMBRE".

Les coloco un ejemplo. Supongamos que yo le estaba echando un cuento a uno de mis hermanos sobre una aventura que me había ocurrido en el colegio y que, llegado cierto momento, había una situación en el cuento que a mi hermano le pudiera parecer una mentira, algo increíble. Él pondría cara de incrédulo y entonces diría: ¿Palabra de hombre?, y si lo que yo estaba diciendo era cierto entonces respondería, ¡Sí, palabra de hombre! Después de eso, él simplemente me creía y ya. Lo mismo ocurría si nos prometíamos algo. Decir "palabra de hombre" era sinónimo de compromiso "patria o muerte" por decirlo de alguna manera.

Curiosamente mi esposa tambíen tenía una frase similar entre ella y sus hermanos. Ellos decían (y todavía se dicen) "di palabra", y si se dice palabra, es definitivo.

Últimamente me doy cuenta de la degradación de nuestra sociedad en un aspecto que tiene que ver con la anécdota de arriba. Ya no parecemos capaces de sostener nuestra palabra empeñada delante de los demás. Yo me tomo esto muy en serio, a veces pienso que demasiado, pero como entenderán por otros escritos míos, creo que necesitamos más bien subir el estándar que bajarlo.

Recientemente mi compromiso con mis palabras fue probado de manera bastante dura. Le di mi palabra a una compañera de trabajo de que le haría una suplencia un día determinado. Una semana antes, se me presenta una oportunidad de trabajo y la gente que me contrataba necesitaba que comenzara de inmediato. Yo tenía el compromiso con mi compañera. Tenía que decidir entre hacer la suplencia y perder la nueva oportunidad, o decirle que sí a la gente del nuevo trabajo y defraudar a mi compañera.

Lo escribo de esta manera porque precisamente eso es lo que hacemos cuando empeñamos nuestra palabra en algo y luego decimos que no. Sin importar lo que ocurra, debemos ser celosos en el cumplimiento de nuestros compromisos. Quizás la situación que les cuento no parezca demasiado importante, pero mi punto es que necesitamos ser responsables con nuestras palabras.

Para terminarles el cuento, decidí comunicarle a mi compañera que no podría hacerle la suplencia. Por supuesto que se preocupó y se molestó conmigo, pues apenas faltaban unos pocos días para la fecha que ella debía ausentarse, y conseguir otra persona a esas alturas era bastante difícil. Y entonces sucedió algo que lo cambió todo. En medio de la conversación que teníamos, ella me recordó mi compromiso. Me recordó mi "palabra". Yo había quedado comprometido con ella en el momento en que le dije, "Sí yo te hago esos días". A pesar de que eso implicaba dejar la otra opción, yo tenía que cumplir con mi palabra, con mi compromiso. Así que le pedí perdón por haberle causado ese momento de angustia y le reiteré mi compromiso de hacerle la suplencia.

Para mi favor, en el otro trabajo sucedió algo que me permitió comenzar después de haber hecho la suplencia. Algunos lo llamarán suerte. Yo lo llamo la Gracia de Dios en nuestras vidas. Aunque si no hubiera sucedido aquello, igualmente hubiera estado contento de mantener mi palabra.

Con tristeza he visto que en general las personas no tienen el mismo cuidado con sus compromisos. Estamos acostumbrándonos lamentablemente a excusarnos demasiado por no cumplir con lo que habíamos dicho. Nos estamos acomodando, relajando en medio de nuestro fraude verbal y conductual.

Los inconvenientes, las emergencias, los imponderables siempre van a surgir. Pero queda de nosotros honrar nuestra palabra empeñada. Yo tampoco soy pefecto, y no llegaré a serlo en esta vida. Pero lucho por llegar a serlo. Y creo que todos deberíamos luchar.

Mis más sinceras oraciones porque sus vidas se vean llenas de Gracia y Paz de parte del Dios vivo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario