Yo veo la realidad de manera algo
distinta. A veces me defino como idealista o excéntrico. Muchas veces no encajo
en lo “normal”, en lo común y establecido. Ayer conmemoramos la “independencia”
de Venezuela un año más. Y las palabras libertad
y soberanía salen a relucir. Se
realizan desfiles y actos protocolares. Es la costumbre de años que ya son
décadas, incluso ya más de dos siglos.
Considero que la lucha por la
independencia de España fue algo necesario. Todos los pueblos – entendiendo
pueblo como un grupo definido de personas con un conjunto de tradiciones e
identidad definidos – tienen la necesidad de expresarse libremente, de
desarrollar esas características que le son propias sin que otro grupo humano
les dicte la manera en que deben hacerlo ni mucho menos que pretendan
dominarlos. Se siguen librando guerras alrededor del mundo por este motivo, y
se seguirán librando porque como seres humanos cedemos a nuestra tendencia
natural al control, la manipulación y el empoderamiento sobre otros.
Por otro lado, existe la
tendencia extrema en el sentido de entender la libertad como aislamiento. Como
ausencia de relación con el otro. La ley del hielo. La ruptura de relaciones
diplomáticas. La enemistad sin guerra, pero también sin afinidad. Muchas veces
buscando que la otra parte “rectifique”.
Tanto en el plano personal como a
nivel nacional, los seres humanos tendemos puentes o los rompemos. Es una
dinámica de amor-odio que bascula de un lado al otro, casi siempre movida porintereses egoístas y no por amor.
He llegado a entender que si el
principio que rige nuestra vida, nuestras conductas, nuestras iniciativas, no
está enraizado en el Amor, aun cuando tengamos las mejores intenciones al
respecto terminaremos con más problemas que cuando comenzamos. Y esto tiene que
ver con lo profundo que está en nosotros arraigada la idea de que la libertad
es el bien máximo, entendiendo la libertad como la capacidad de hacer lo que yo
quiera, como yo quiera, cuando yo quiera.
El ser humano nunca podrá ser
libre. Sin saberlo está confinado. Tenemos una existencia limitada sobre esta
tierra. Tenemos limitaciones físicas importantes. Cada día que envejecemos nos
recuerda lo efímeros que somos. Al mirar al cielo de noche se nos recuerda que
nuestro sentido de grandiosidad como género humano no tiene sentido ante la
vastedad del universo en el que vivimos. Nos hacemos ilusiones de control con
muchos de nuestros logros, pero realmente formamos parte de algo mucho más
grande que nosotros.
Nuestras vidas sólo tienen
sentido en la medida en que nos apegamos a la Fuente de la existencia. Hace
pocos días se descubrió lo que casi con seguridad es el bosón de Higgins, un
componente esencial de toda la materia, la partícula que le da instrucciones a
los elementos para que interactúen de una u otra manera. Instintivamente un
editor la llamó “la partícula de Dios” y creo que tiene sentido. Los físicos
explican que estos bosones son los que le dan sentido de peso a la materia, así
como dentro del agua nos damos cuenta de nuestro peso. Es como si Dios se
mostrara a nosotros de una nueva manera. Claro que vamos a pretender dominar
este descubrimiento y establecer nuevos niveles de autosuficiencia con él. Pero
siempre estaremos fuertemente limitados. Porque somos finitos. Porque somos
parte de un todo, y nunca seremos más que eso.
Los físicos dicen que más allá de
los límites del universo está la nada. La ausencia del tiempo y del espacio. Yo
sé que allí es donde está el Creador. Claro que no solamente allí, sino aquí
entre nosotros, como esa partícula, como ese bosón de Higgs diciéndonos “¡Aquí
estoy. Escúchame. Permíteme darle verdadero sentido a todo en tu vida. Déjame
cuidarte y guiarte más cerca de Mí!” Su intención dese el inicio siempre ha
sido la misma: tener una familia, un hogar, una humanidad para compartir con
ella los tesoros de Quien es Él y de lo que ha hecho para nosotros.
Así que tanto en el plano
cósmico, como en el plano nacional y político, hasta llegar al plano de una
sencilla relación entre dos seres humanos, existe la posibilidad de entender,
de aprehender la realidad de la existencia y la participación de Dios en
nuestros asuntos para nuestro bien. Este entendimiento sólo puede llegar si
Dios mismo nos lo transmite personalmente. Yo me preguntaba hace tiempo la
razón de ser de la vida como la conocemos. Hoy en día ya no me pregunto eso.
Ahora le pregunto a Dios cómo colaborar con Él en Su Idea para nosotros. Hoy
quiero participar en Su plan para la humanidad. Hoy creo y ya no dudo, y cada
cosa que sucede la ubico dentro de ese entendimiento, dentro de mi caminar con
Él, porque sé que si no lo hago entonces todo pierde sentido.
Si mi libertad depende del
sometimiento del otro, no es libertad.
Si mi bienestar pasa por
ocasionarle mal a otro, entonces no es bueno.
Si para ganar otra persona debe
perder, entonces no es victoria.
Me importas tú porque Dios
también te hizo a ti junto conmigo. Somos hermanos a pesar de no pensar igual e
independientemente de que seamos amigos
o de que pensemos distinto.
Todos fallamos, todos tenemos
defectos. Y todos necesitamos los unos de los otros.
Lo que siempre ha hecho y sigue
haciendo falta entre nosotros es una voluntad de colaborar mutuamente en
nuestras necesidades, pero la única forma de llegar a eso es vernos entre todos
como prójimos.
El fracaso de la humanidad se
debe a nuestra ceguera espiritual, a nuestra pretensión de emanciparnos de
Dios.
Que Dios pudiera “dominar”
nuestros pensamientos, palabras y acciones es el ideal de los siglos. Que así
sea.
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