jueves, 19 de julio de 2012

NO LO LLAMES SUERTE, LLÁMALO GRACIA

Nuestro lenguaje dice mucho de lo que somos. Por eso sostengo mi posición de que debemos controlar nuestro lenguaje. Si nuestra boca es sucia, eso habla de la condición interior de nuestra persona, además de que contaminamos a los demás con nuestras palabrotas.
Así mismo, cuando utilizamos mal el lenguaje y llamamos a una persona o a un objeto de manera equivocada, mostramos “flojera” intelectual. Y eso también habla de nuestra condición interior. No digo que no nos podemos cansar a veces, o simplemente equivocarnos. Pero como dije en otro artículo, si necesitamos aspirar siempre a ser mejores.
Quiero iniciar con este mensaje un llamado de atención particular a esa manera que tenemos de expresarnos acerca de lo que nos ocurre. Nuestra vida es un cuento que puede ser una historia de terror, un cuento de hadas, o una historia inspiradora para otros. Y eso depende mucho de lo que hacemos con nuestra vida, así como de la manera en que la relatamos, la recordamos, la transmitimos.
Escucho a las personas diciendo continuamente que a las personas que les va bien en la vida, es porque tuvieron “suerte”. Entonces utilizamos la palabra suerte para identificar todo lo que ocurre que es agradable, placentero o bueno. Yo termino pensando que entonces pareciera que la mayoría de la gente cree que lo que nos ocurre es “buena suerte” o “mala suerte” y punto.
Yo no lo veo de esa manera. Yo creo firmemente que existe una capacidad que Dios le da al ser humano de ir labrando su futuro. Yo no soy el producto de una serie de “coincidencias”. El hecho de que yo no conozca las razones para muchas de las cosas que suceden no tendría que limitarme a decir “fue suerte”. Tenemos que aprender a ser más humildes pero también a pensar mejor las cosas.
Mi historia de vida tiene muchos eventos asombrosos. Situaciones que dieron un giro y que cambiaron las cosas de manera definitiva: la historia de vida de mis padres, la manera en que se conocieron, su vida en común, mi llegada al mundo, mi crianza, son hechos que parten de decisiones de otras personas que vivieron antes que nosotros y que van construyendo una herencia, una gran historia. No siempre sabemos por qué tomamos las decisiones que tomamos, pero desconocer la intervención de Dios en nuestras vidas es un gran error.
Por eso yo propongo el término “gracia” en vez de suerte para referirnos a aquellas cosas que suceden en nuestras vidas, que sucedieron desde la antigüedad, y que seguirán sucediendo muchos después, que son demasiado importantes, demasiado trascendentes para dejárselas al azar. Fue Albert Einstein quien dijo que Dios no juega a los dados. Nada es casualidad. Ni tampoco suerte.
De hecho, hasta para ganarse la  lotería hay que comprar boletos. Hay que jugar. Pero eso solamente te da probabilidades. Sin embargo, para las cosas más importantes de la vida, no podemos dejar las cosas a la suerte. Ni tampoco darle crédito a la fortuna. Yo por mi parte reconozco la intervención de Dios en mi vida, para lo agradable y también para lo desagradable. Y también reconozco que en ocasiones he sido terco y orgulloso y muchas veces por eso me he perdido de buenas oportunidades.
Así que les dejo esa propuesta. Piensen bien en esto. ¿Seguirás creyendo que lo que sucede es cuestión de suerte o se lo atribuirás a un conjunto de factores, entre los cuales el más importante es el Creador del universo, Quien tiene Su obra en Sus manos y decide lo importante? Por supuesto Él no es el Único que decide. También existe el mal tratando de controlarnos y estamos nosotros, la admirable y detestable raza humana, luchando a veces sin saber por qué ni para qué.
Yo pienso que valemos mucho más que para adjudicarle a la suerte o al destino nuestro futuro. La gracia de Dios es, entre otras cosas, ese atributo por el cual estoy escribiendo estas líneas, esa provisión constante de oxígeno para respirar, de soporte a mis funciones vitales, de inspiración para pensar, crear y compartir. Es parte de la naturaleza de un Dios amoroso y generoso, que nos quiere para bien.
Por eso yo lo llamo gracia, no suerte. ¿Y tu?

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