viernes, 19 de octubre de 2012

Vamos a servir

Hace tiempo se me enseñó la importancia de adoptar una actitud de servicio en la vida. Cuando somos pequeños, infantes, inmaduros, lo normal es que tengamos carencias de todo o de casi todo, y lo unico que sabemos hacer bien es PEDIR. Los bebés se caracterizan, entre otras cosas, por su llanto atormentador. Es así porque su necesidad es total, y por si mismo no la puede satisfacer.
Si no se tiene un desarrollo emocional sano, uno de los rasgos de la persona  es que mantiene una actitud de queja y demanda ante el mundo en general, y ante sus seres queridos en especial. Se vive constantemente en actitud de reclamo, exigiendo, considerando que la vida les debe.
Por otra parte, si accedemos a un cierto crecimiento espiritual, entonces seremos capaces de vernos menos necesitados y más capaces de dar. Esto es una consecuencia, no una meta a seguir. Es el resultado de llegar a descubrir el tesoro que Dios tiene para nosotros, que nada tiene que ver con posesiones materiales o la justicia social. Si llegamos a vernos como Dios nos ve, de nosotros sale espontáneamente una actitud de servicio hacia los demás. De comprensión. Respeto. Solidaridad. Amor. Mansedumbre. Verdadera felicidad. No una actitud de burla, sarcasmo ni de risa superficial. Sino contentamiento interior. Las cosas que se ven pasan a ser secundarias, y entramos en una nueva realidad. Más profunda y compleja. Eterna y no efímera. La realidad espiritual.
No quiero ser malentendido. Tenemos que vivir en nuestra cotidianidad, ocupados de nuestra realidad física y de todo lo obvio. Pero esto es sólo la punta del iceberg. Hay mucho, pero mucho más. Y cuando podemos verlo, nuestra mentalidad cambia.
Cuando podemos alcanzar a entender, podemos servir más que ser servidos. Podemos suplir las faltas, en vez de quejarnos por las faltas ajenas. Podemos ver la causa original de todas los males. El servicio y culto al ego. Cuando somos despojados de ese ego, entonces somos libres para ser de verdad. Para servir a Dios y a nuestro prójimo como Dios quiere.
Madre Teresa decía que una vida que no está dedicada a los demás es un desperdicio. No obstante, nadie puede dar aquello que ni tiene. El Señor Jesucristo dijo que había mayor felicidad en dar que en recibir. Que eso nos ayude a reflexionar.

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